La fe

Ave que se zambulle en el azul del infinito  pescando dicha.  Me atrapa su carnada, deshila mis sueños para tejer alfombras voladoras. Sus veloces manos me embrujan esbozan  diseños en el telar de mi vida.   Amiga fiel que me confronta una y otra vez :  ¿Qué será que… me asusta pero me atrae?, ¿me duele saber al confrontarme para  recorrer el camino a mi libertad? Me refugio en pensamientos en mi más profunda  intimidad.  Me alimento, estoy seguro, me pertenezco. Como la pantera que lleva la presa a lo alto del árbol  para saborearla sola,sin las hienas de la humanidad. En mi mundanalidad bebo hierro fundido, pero en ella resurjo. La oposición te fortalece, la trivialidad te desgarra. Eres un delicioso cocktail de pasión, maravillosa, exótica, exquisita. El licor que destilas liba mi alma Alucino, me  embriago… Perfecta armonía donde tus anhelos y desilusiones van del celeste claro al azul oscuro. Todo en una, una en todos. Ahora bien, la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.

Estoy llegando

       Sentimientos que no conocía viajaban como bebés irritados en mi regazo. Podía identificar a Aventura, Nostalgia, Vértigo de Fe, Adrenalina y Euforia, pero otra cantidad desconocida hacía fila para poder sentarse a mi lado mientras la turbulencia del avión continuaba su destino como un taladro que se adentraba más y más hacia las entrañas del mundo árabe.
¿Qué habría? ¿Que diantres quieren decir las indicaciones en ese nuevo idioma? ¿Por qué las mujeres se comienzan a cubrir?  ¿Qué estoy haciendo acá? La esquizofrenia de voces comenzaban a levantar la voz en mi mente y el clamor era superado por la calma de que Dios estaba en control, él sabía donde me hallaba y si realmente era él quien él decía que era, sin duda estaba en buenas manos, pero… ¿Y si no era quien él decía que era?
Esa confianza desconocida en un ser invisible era mayor que yo y me motivaba a lanzar en caída libre a los gigantes de temor y duda por la ventanilla que solo parecía tragarse la vida en la oscuridad de la noche. El bipolarismo emocional islámico me gritaba en el hombro izquierdo: !lo hiciste, cabrón!, mientras que en el otro hombro derecho Angustia me gritaba: ¿por qué lo hiciste, cabrón?
Ya se vislumbraba algo allá abajo. La aurora, cubierta por el jiyab de la madrugada,  se negaba a resplandecer como descaradamente lo hacía en tierras latinas. Luces verdes de neón y un horizonte sin fin de achocolatadas construcciones eran la bienvenida a la gran meca.
Con algo de inglés, mi nativo español y una maleta prestada llena de inútiles prendas para este ingrato clima, me di cuenta mientras desembarcaba que el viaje que había durado doce horas había sido en realidad una máquina del tiempo que me había trasladado de una época moderna y ordenada a un dimensión sin tiempo ni memoria.
¿Y ahora qué? Con maleta en mano, cien dólares y un número de teléfono escrito en un papel me dirigí a la salida. A la derecha , izquierda, arriba y abajo. Los mendigos, taxistas y espíritus se amontonaban en una mural de ojos. Espíritus y mendigos mostraban el mismo desconcierto mío, se amontonaba lo real con lo irreal, carne con polvo en una desesperanza que olía a ceniza. Ese era el cóctel de bienvenida en donde vivos y muertos se decían «…¿salud?»
Esa bebida necesitaba mucho más guaro, todo a mi alrededor parecía molestarme solo a mi. ¿Será que nadie les había explicado la diferencia entre la vida y la muerte? No lo tengo claro todavía pero entre todos cargaban las posesiones de los despavoridos turistas. Un puesto cambiario a la derecha donde la palabra honestidad no se conocía, se presentaba como la única opción para que los espantados turistas hicieran fila hipnotizados por ese enorme reloj de arena en un cambio de universos.  Por un billete de cien dólares se podía recibir una bolsa con rollos de papiros deslucidos que parecían ser el motivador de la turba de almas. Con el hediondo y pegajoso dinero que llevaba la grasa de generaciones de cambistas, me fui a un teléfono para poder llamar al contacto del que llevaba el número en el papel. Fue ahí que me dije: ¿y si no responde? ¿Y ni no es el número? Otra duda, otro gigante al que tendría que cortarle la cabeza o decirle que chupara un billete para que muriera de alguna infección irremediablemente. A como pude marqué el número y luego de varias timbradas una voz masculina  me respondió: «Sallam M´walekum», le dije: «Hello», I’m Charlie, ¿Can yo come and pick me up at the airport? Con tan poca información y muchísima preocupación, el hombre al otro lado del teléfono me dijo: «on my way». Bufffff, que alivio. Esperé varias horas y al rato vi a un rubio tan diluido como los espíritus a mi alrededor hacerse campo entre la muchedumbre. ¿Charlie?, ¿Who are you? Dios mío. comenzaba la aventura.